Hay lectores que son realmente unos apasionados de la literatura pero que, sin embargo, confiesan que a veces les cuesta devorar novelas. La falta de tiempo para disfrutar de su pasión o la monotonía de estar envueltos en un mismo discurso narrativo durante semanas propicia que muchos amantes de la literatura den el salto desde la novela hasta los cuentos o relatos cortos.
Y es que hay ocasiones y temporadas en las que el lector apuesta por el relato corto, ya que este puede consumirse con mayor agilidad. No todo son novelas en la prosa literaria. Entre los maestros del relato corto, sería interesante destacar la labor que hizo Nikolai Gógol.
Antes de que Dostoievski paseara por la fría, bella y heterogénea San Petersburgo del siglo diecinueve a su inmortal personaje Raskolnikov, ya Gógol había atravesado las avenidas de la ciudad rusa con su escritura. Cuando se lee a Gógol después que a Dostoievski, las influencias de uno en otro son evidentes –no obstante, Gógol fue una de las fuentes de las que se nutrió Dostoievski, quien también estuvo bastante influenciado por Pushkin-.
Entre los relatos cortos de Gógol hay una etapa conocida como ‘Historias de San Petersburgo’. Es aquí donde se encuadran relatos como ‘El capote’, uno de los más conocidos de Gógol. ‘El capote’ narra las vivencias de Akaki Akákievich Bashmachkin, funcionario de Rusia que ejerce de copista en la franja más llana de la Administración nacional; este personaje debe comprarse un capote para afrontar el gélido invierno ruso, para lo que debe ahorrar –queda condicionado por la historia de un hombre que ahorró y lo perdió todo tras comprarse un rifle y extraviarlo-.
También en ‘Historias de San Petersburgo’ se incluye uno de los relatos más geniales de Gógol, ‘La nariz’, dotado de un argumento inspirado en la absurdez. Y es que el protagonista se percata un día tras levantarse de que ha perdido su propia nariz, lo que el hará iniciar una aventura por toda la ciudad para intentar recuperarla.