Acceder a la literatura se puede hacer desde muy diferentes vías que reconcilien al individuo con la lectura y con el placer de leer. Es cierto que en la sociedad que acontece la lectura no es una de las prácticas que goce de mejor salud, sobre todo cuando los hábitos han cambiado y los teléfonos móviles y los ordenadores arrebatan mucho del tiempo que antaño dedicábamos a la lectura.
Sin embargo, leer mola y seguirá molando. Se puede llegar a amar la literatura desde muy diferentes vías; puede iniciarte un profesor de cabecera en el instituto, puede abrirte el apetito lectivo un amigo, puede que el hábito lector de los padres inspire a los hijos, etcétera. Obviamente nos referimos a literatura con unos mínimos de calidad, ya que también existe el caso de jóvenes que abogan por leer libros mediocres como ‘Cincuenta sombras de grey’ por una simple corriente de moda bastante boba.
Hay una obra literaria que medita con maestría acerca del proceso de acercamiento que experimentan el individuo y el libro, hablamos de ‘Si una noche de invierno un viajero’, de Italo Calvino. Sobre todo en el primer capítulo de la novela –luego Calvino va ofreciendo alternativas en su recurrido al lector-, apreciamos cómo el autor va describiendo paso a paso el ritual que hay que seguir antes de disfrutar de un libro.
Y es que, según cuenta Calvino en los albores de ‘Si una noche de invierno un viajero’, hay que encontrar la postura idónea para leer, la concentración apropiada, el contexto perfecto, la luz precisa, y el momento oportuno.
Calvino establece además en este primer capítulo unas ingeniosas clasificaciones acerca de los libros que el individuo debería haber leído y denuncia con cierta gracia cómo la conducta del lector lo lleva a quedar paralizado por el diseño de las portadas, por la obligatoriedad común de leer ciertas novelas, por el disimulo de decir que hay libros que ha leído sin acabar, por las mentiras piadosas al opinar sobre un libro que no ha leído, etcétera.